Mientras prevalezca el capitalismo, no acabará el hambre en el mundo

La verdad -cualquier verdad- es provisional como la vida misma.
Francesc Miralles

"Nadie llegará muy lejos a menos que no haga lo imposible como mínimo una vez al día"
Elbert Hubbard

La penetración del capitalismo en las sociedades actuales es de tal magnitud, que a las personas nos puede resultar casi imposible vislumbrar otros escenarios.

A pesar de que el capitalismo muestra su rostro de deshumanización y falsedad en todo momento, desmoronándose como trozos gigantescos de un sistema arcaico que daña a la gente, no deja de ejercer su poder relegándonos a un peligroso y permanente statu quo.

Para nadie es un secreto que el libre mercado no existe, que los ricos nos hacen cada vez más pobres o que las políticas del Banco Mundial y del FMI han dado resultados francamente desastrosos (Ha-Joon Chang, “Lo que no te cuentan del capitalismo”).

El abismo que comenzó a gestarse en los años 80, con la dupla Thatcher-Reagan, fue bautizado como “desregulación”, lo que alcanzó su total apogeo, desregulado y libre de todo control, el año 2008 con el estallido del peor escenario económico y financiero de los últimos 60 años, siendo los gobiernos los responsables de conducirnos a este punto, generando con la desregulación desigualdades cada vez mayores y crisis de las que los gobiernos no tienen idea cómo salir, pues continúan aferrados a la misma “tabla de salvación” que no hace más que hundirse y de paso hundirnos a todos hacia un abismo que no parece tener fin.

La desregulación, unida a las tecnologías informáticas, permite hoy en día a los inversores mover grandes cantidades de capital en fracciones de segundo, lo que aumenta su capacidad para hacer dinero, pero que tiene como contraparte un efecto muy desestabilizador sobre las economías locales. Entonces, existe un mundo financiero y un mundo real que no tienen vías de comunicación, donde da lo mismo invertir en alimentos básicos, como el trigo o el maíz, hacer aumentar el precio de estos alimentos básicos y luego venderlos con beneficios millonarios en dos o tres meses, sin importar las consecuencias humanas sobre la alimentación de millones de personas o para la salud de las personas, o sus impactos medio-ambientales sobre la tierra, el agua o la vida silvestre. En dos o tres meses el dinero simplemente consiguió ganar más dinero, el “sistema” fue “eficiente”, sin importar qué o a quienes arrasó a su paso.

La desregulación comenzada en los años 80 ha permitido que los inversores se transformen en auténticos monstruos al servicio de más y más ganancias (por cierto ¿cuánto es suficiente para los inversores?), alejados de toda humanidad y de toda realidad, como si de otro planeta se tratara, generando desequilibrios a escalas globales que debemos atajar nosotros, cada uno de nosotros, cuanto antes.

Avisos alarmantes como el cambio climático, el derretimiento de los polos, la sobre explotación del petróleo, la sobre explotación de los bosques, la contaminación de los océanos, la contaminación de las aguas que bebemos, la acumulación de alimentos en una parte del planeta y la muerte de seres humanos en otras partes porque no tienen nada que comer, los problemas de obesidad en un extremo del mundo y los problemas de niños famélicos  en otro tercio, son temas que nos incumben a todos y cada uno de los seres que habitamos este planeta y que debemos responder por su equilibrio y por la buena salud con que debe ser entregado en herencia a las generaciones futuras.

Gracias al capitalismo la humanidad vive un momento terrible, donde todo vale para hacer dinero, caminando sobre una cuerda floja suspendida en recursos naturales que día a día desaparecen. Por supuesto y claramente, no todo vale para hacer dinero. Además, si llegamos a tropezar en medio del frágil equilibrio en que nos encontramos, si la balanza que debemos mantener de manera ponderada en nuestro planeta, para que exista la vida, pierde su eje, corremos el riesgo cierto de acabar con todo lo que conocemos. Simplemente, la vida que conocemos puede desaparecer. Quien no sea capaz de ver esta interconexión, no habrá podido apreciar el comienzo del fin.

Cada uno de nosotros es responsable de que el actual desequilibrio del planeta, económico y ecológico, no se transforme en el ataúd que espera nuestro arribo como especie, supuestamente, inteligente y previsora. Cada uno de nosotros es responsable de poner fin a este capitalismo desregulado y ciego, centrándonos más bien en un desarrollo a escala humana, a escala planetaria y con decidida conciencia ecológica.

El capitalismo es contagioso y también nos deshumaniza, de una manera aun más grave y más profunda de lo evidente quizás para nosotros mismos, dando inicio a un camino aun más incierto en el alma de la propia humanidad y que podemos apreciar, de forma concreta, cuando dejamos morir de hambre en el mundo a niños, niñas, mujeres, hombres y ancianos, sin que al parecer esta situación dramática y terrible afecte realmente nuestras conciencias.

En un grupo humano más reducido creo que difícilmente dejaríamos a alguien que muriese de hambre, contemplando nosotros esta situación frente a frente sin hacer nada.

Para acabar con el hambre en el mundo es necesario acabar con el capitalismo y las desregulaciones que de manera insensata dejan desprotegida a la humanidad y al planeta. Para acabar con el hambre en el mundo es necesario, también, que exista menos gasto en un solo sitio de la balanza y que comencemos a poner algo más en el otro extremo de la báscula, o la vida de cientos de miles de personas, que hoy siguen muriendo de hambre, será condenada sin remedio, porque nosotros aun no hemos sido capaces de romper con el capitalismo y su poder deshumanizador.